sábado, 27 de noviembre de 2010

Heteroconadas


“Calla el pico, negro de mierda” “¡Tú calla, que eres mujer!” “¡Tú calla, maricón!”

De estos tres comentarios hay uno ante el cual el ciudadano medio español no reaccionaría con el mismo rechazo que ante los otros dos, ante el cual incluso no se mostraría rechazo alguno.

Obviamente, vuestra decisión es acertada. Si alguien le suelta “¡Tú calla, maricón!” a alguien, las probabilidades de que el comentario pase desapercibido son altísimas, así como las probabilidades de que el comentario resulte simpático o gracioso.

Vivimos en una sociedad en la que los homosexuales viven por debajo del nivel cero. Y lo más impactante de todo es que la gente cree que no existe ningún tipo de discriminación contra ellos, ya que, total, “se ha legalizado su matrimonio, ya más no se puede hacer por ellos”

Es esa manía de creer que estamos siendo igualitarios, al saber que hay países menos igualitarios que el nuestro. “Oye, pues por lo menos dejamos que se casen, en Irán los asesinan, o sea que no se quejen”

Pero, ¿hay algo más despectivo que eso?, tratarlos como especímenes extraños, a los que le damos más o menos privilegios según convenga.

Hace llevarse las manos a la cabeza que en pleno siglo XXI se trate la homosexualidad bien como una enfermedad, bien como algo que se cree que cada persona elige o (lo más impactante de todo) como una conducta que puede ser debatida, como buena o mala.

¿A alguien se le ha ocurrido alguna vez plantearse si el que te guste el color azul en vez del verde, es algo moralmente correcto?

Es muy simpático y depresivo a la vez cuando oyes el comentario “Es gay, pero es majísimo”. Pero, ¿no se dan cuenta de que para alguien normal debería sonar tan absurdo como la frase “Le gusta el pollo, pero es majísimo”?

Es patético hasta qué límites puede llegar la estupidez y la intolerancia humana.


Es patético también que los mismos homosexuales sean quienes se auto desprecien, y que la mayoría de las organizaciones pro-homosexuales (que es sorprendente que tengan que existir), no sepan organizar a la gente para defender sus derechos, pero sí para participar disfrazados en la cabalgata del orgullo gay.

Pero quizá lo más patético de todo es que el 80% de los insultos de los jóvenes (que deberían ser más igualitarios que la gente adulta) traen connotación homófoba o sexista. Y dirán “Bo, pero si maricón o gay se utiliza ya como insulto, con el significado de tonto o de débil, ya no tiene connotación despectiva”. Ah, entonces, por esa regla de tres “me cago en Dios” también es un “insultohecho”. Pero les sugiero que en un colegio digan “me cago en Dios” y después “pero mira que eres maricón”, a ver con cual se ganan una colleja y con cual el profesor se reirá o incluso le dará unas palmaditas en la espalda.

SEÑORES, ¡DÉJENSE DE HETEROCONADAS!

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